Puno: Culturas del Lago Titicaca

Llegamos a nuestro último destino en Perú antes de ir a Bolivia. ¡Que rápido se va el tiempo! Ya casi se nos acaba Perú y ha estado increíble. Cuando llegamos a Puno estábamos muertos, no dormimos casi nada en el autobús nocturno porque dos señores iban roncando como para despertar a todo el país. Nos hubiera encantado llegar a descansar pero ya habíamos contratado para ese día un tour para visitar las comunidades de indígenas que viven en islas del Lago Titicaca que es el lago navegable más alto del mundo a 3800 msnm. Como pudimos nos mantuvimos despiertos y medio atentos. En nuestro tour íbamos como 15 personas, casi todos europeos, una familia de peruanos y nosotros. Nosotros con nuestra mascarilla KN95 y careta porque pronto tendríamos que sacarnos una prueba Covid para viajar a Bolivia, y no queríamos por nada del mundo salir positivos y tener que hacer cuarentena en Perú. Los europeos todo lo contrario, todos despreocupados.

Desde Puno nos subieron a una lancha cómodamente techada porque el frío ahí es considerable. Llegamos primero a unas islas pequeñitas hechas por sus habitantes, los Uros, con una planta que se llama totora usando toda la planta desde su raíz hasta su hoja porque todo flota. Nos bajamos de la lancha a la primera isla ¡Está todo acolchonado! ¡Qué cool! Fue una sensación muy rara en nuestros pies y piernas ir caminando sobre pura totora, era como ir caminando sobre un valle de popotes. Los pobladores nos explicaron que cada isla dura entre 10 y 15 años, y ellos tardan alrededor de 1 año en construir una nueva. Ahora estas islas viven sólo del turismo pero en un inicio estos pobladores construyeron sus propias islas huyendo de conquistadores como los incas y españoles y por lo tanto nunca fueron conquistados. Muy amables los pobladores nos invitaron a pasar a una de sus casitas muy lindas que también estaban hechas de totora. También, a bordo de una lancha de totora para turistas, fuimos a visitar otra islita de los Uros que tiene ahora una pequeña cafetería, esculturas de totora para la foto del recuerdo y baño para los turistas porque como se imaginarán, no hay sanitarios convencionales en cada isla y los turistas somos delicados.

Después nos llevaron a la isla Amantaní, una isla natural donde viven unas 100 familias. Llegando nos presentaron a Norma, nuestra mamá adoptiva por dos días quien más que nada hablaba quechua pero aún así nos llevó a su casa, nos contó en un español entendible sobre su forma de vida y nos dio de comer deliciosísimo. Qué rica nos supo esa comida casera, no hay nada como la comida hecha desde cero con productos locales. En la noche nos prestó ropa típica hermosa, la de las mujeres bordada por hombres y la de los hombres tejida por mujeres. Aprenden a bordar y tejer desde los 5 años así que cuando son adultos ya hacen unos trabajos maravillosos. Una vez ya vestidos Norma nos guió a un salón donde encontramos a los demás turistas del grupo con sus padres y madres adoptivos y también vestidos de trajes típicos. Unos pocos minutos después llegó una banda de música local, empezó a tocar y se armó el bailongo. Norma nos sacó a bailar a Alfred y a mí y nos enseñó de sus bailes típicos. Estábamos muy divertidos pero también un poco preocupados por el Covid, por eso Alfred y yo fuimos los abuelos de todo el grupo y nos fuimos temprano, la verdad que nadie traía cubrebocas, había mucha gente y estábamos en un espacio cerrado. 

Al día siguiente Norma nos dio de desayunar, bien rico de nuevo, y nos despidió en el embarcadero pues nuestro camino seguía ahora a la isla natural Taquile, no Tequila, dejen de pensar en alcohol. Llegando a la isla hicimos una caminata para llegar a la plaza principal, conocimos los tejidos tradicionales de Taquile, muy bonitos y los pobladores nos ofrecieron un show de música y danza típica. A la segunda canción nos invitaron a los quisiéramos unirnos al baile. A una gringa la jalaron a bailar y yo también me apunté luego luego a bailar a un ratito ¡no me tenían que decir dos veces! El guía nos llevó a un sitio arqueológico viejísimo y a ver el paisaje. Ahí apreciamos terrazas de agricultura como las que hacían los incas pero éstas eran anteriores. No era casualidad puesto que los primeros Incas eran originarios de las tierras cercanas al Lago Titicaca, ahora todo iba haciendo sentido.

El último día regresamos a Puno, a tierra firme y visitamos el Museo de la Coca y Costumbres, un museo ultra interesante y muy bien puesto que estaba totalmente escondido y para entrar tuvimos que tocar el timbre de un edificio cualquiera, fuimos ahí por recomendación de internet pero jamás hubiéramos llegado por nuestra cuenta.  Ahí aprendimos los beneficios del consumo de la hoja tanto en infusión como masticada ya que principalmente mejora la oxigenación en el cuerpo, y la importancia que tiene la hoja de la coca para la cultura andina en donde la gente común la consume todos los días como los choferes para mantenerse despiertos o los mineros para aguantar el trabajo tan pesado. Por otro lado, aprendimos sobre los dos demonios que acompañan la historia de la hoja de coca: la cocaína y la Coca Cola, ambos productos que no tienen ya ningún beneficio de la hoja de la coca, uno más dañino que otro, pero ambos pésimos para la salud. 


Mes y medio en Perú fue algo inolvidable, tanta historia, tanta comida, tanta aventura. Ya casi nos sentíamos peruanos. ¡Gracias Perú por todo! Seguimos nuestro viaje ahora en Bolivia porque afortunadamente la prueba Covid salió negativa, qué bien.


Lo mejor: Habernos quedado con una familia en Amantaní para conocer de su cultura un poco más de cerca, una experiencia muy enriquecedora.

Lo peor: La ciudad de Puno la verdad no es muy bonita, la atracción ahí es realmente el lago, en Puno no hay mucho que hacer.

La anécdota más chistosa: La señora de Amantani nos dio de comer un queso deliciosísimo, le pregunté qué queso era ese y varias veces me contestó "queso" y todos nos volteábamos a ver con cara de "what". Era el único queso que se conseguía ahí y para los pobladores solamente se llamaba queso. 

La mayor inconformidad: Entre las personas del tour había un niña como de 10 años sobre consentida que nada le parecía, nada le gustaba, a ningún lado quería ir y parecía que sólo sabía decir "mamá, yo no quiero". Daban ganas de tirarla por la borda. 










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