Mendoza, Argentina: vinos, alfajores, montañas y cañones

 

Viajamos en avión de Ushuaia a Mendoza,  nuestro último destino en Argentina y donde Alfred aprovechó para comer la mayor cantidad de alfajores posible. Aterrizamos, el capitán dio el aviso de llegada y todos aplaudimos efusivamente  ¿Por? ¿Estuvo el vuelo el riesgo en algún momento o qué pasó? Nada, sólo es tradición argentina aplaudir al aterrizar. Llegamos un 18 de mayo, día en el que Argentina hacer su censo poblacional, ese día el gobierno lo declaró asueto obligatorio y por lo tanto todo estaba cerrado. Nos pusimos a recorrer calles para encontrar alguna tienda de abarrotes abierta y nada, algún restaurante abierto y nada, incluso buscamos servicio de entrega a domicilio y nada, ya estábamos a punto de rendirnos cuando encontramos un lugar donde vendían empanadas. Nos supieron a gloria.

Al día siguiente fuimos a un tour por la ciudad en el que nos explicaron que Mendoza es prácticamente desierto en donde casi no llueve en todo el año y que toda el agua que tienen viene de los glaciares de Los Andes, la almacenan en un montón de presas y luego la distribuyen a la ciudad por medio de un sistema basado en la gravedad herencia de los incas. Toda la ciudad está llena de canales abiertos, principales y secundarios, que van repartiendo el agua según se necesite. De la misma manera se riegan los campos. Mendoza es por lo tanto una ciudad que depende al 100% de la nieve y de los glaciares, así es que no es de sorprenderse que en los últimos años haya tenido considerablemente menos agua. 

En el tour visitamos las ruinas de la primera iglesia de Mendoza, esta iglesia junto con el resto de la ciudad fue destruida en 1861 por un terremoto que se calcula ha sido uno de los más fuertes debido a los daños ocasionados. Mientras Alfred se comía un alfajor paseamos por el magnífico Parque San Martín y un monumento que nos encantó sobre su famoso cruce de Los Andes, famoso para Argentina, Chile y Perú, porque fue muy difícil y de eso dependió la independencia de la región.

Al día siguiente fuimos a un tour para conocer lo más famoso de Mendoza, por lo que todo el viaje ha valido la pena, por lo que en verdad fuimos a Argentina y lo que más estábamos esperando: el delicioso vino de uva Malbec, la favorita de Alfred. Llegamos a la primera bodega de vinos de las más de 1000 que hay en Mendoza, ojalá hubiéramos podido visitarlas todas, recorrimos las pequeñas y modestas instalaciones, nos explicaron su proceso productivo y nos dieron degustación de cuatro de sus vinos, todos la verdad muy buenos. ¡Uy! Y como siempre ahora viene lo bueno, ¿cuánto irán a costar? Seguro bien caros. ¡Pues no! Una caja de seis botellas de vino joven estaba a 300 pesotes mexicanos ¡a precio de cerveza! Pues aprovechamos y compramos 20 cajas... ¿o no? Hubiera estado bien, pero sólo compramos una botella reserva de las buenas. Más vale calidad que cantidad. Después nos llevaron a otra bodega de vino más moderna, después a una de aceite de oliva donde probamos aceite de oliva extra virgen ultra súper bueno de la región que también tiene una importante producción, después Alfred se comió un alfajor y terminamos en una bodega más de vino con otra degustación incluyendo helado de vino que sí sabía a vino.

Al otro día nos llevaron a conocer otro atractivo de la región, el Aconcagua, la montaña más alta del continente americano. El guía que nos dio el tour fue extraordinariamente bueno, nos dio clases de la forma de hablar de los mendocinos, nos hizo observar los cambios de paisaje en todo el camino empezando por el semi desierto saliendo de Mendoza, después un terreno plano pero arbolado, un poco más adelante montañas de arena de playa con arbustos, después montañas rojas, y finalmente los magníficos Andes nevados. Mientras Alfred se comía un alfajor vimos una estación de ski que estaba cerrada no sólo por la época sino porque desde hace 15 años no había nevado lo suficiente, de nuevo consecuencias del calentamiento global. Pasamos después por el tortuoso camino que el héroe nacional San Martín recorrió para cruzar Los Andes hacia Chile y luchar por la independencia de Chile, de Perú y de Argentina. Conocimos las ruinas de un hotel de súper lujo de 1904 construido en el nacimiento de aguas termales y que una avalancha destruyó por completo en 1965.

Y por último lo mejor, El Aconcagua, la montaña más alta del continente americano asomándose entre sus hermanas menores, la veíamos como un enorme merengue a 30 kms de distancia. No podíamos ir más lejos porque en esa época del año ya hay mucha nieve y no hay acceso al parque natural. Después fuimos justo a la frontera de Argentina con Chile donde nos pusimos a jugar con la nieve pachona y ligerita que había caído unas horas antes hasta que nos llamaron a una degustación de alfajores que Alfred no se podía perder.

El tercer día en Mendoza visitamos el Cañón del Atuel. Cuando pasaron por nosotros todavía era de noche pero empezaba a aclarar un poco, hicimos un largo camino así que me entretuve viendo cómo iba amaneciendo, muy poco a poco el cielo se iba pintando de rojo, naranja, amarillo y siempre parecía que estaba a punto de salir el sol pero tardó más de una hora amaneciendo, impresionante que tarde tanto en estos lugares y en estas épocas del año.  De pronto de lejos ya se empezaba a ver el cañón, esa grieta enorme en la tierra que sólo el agua, el viento y el tiempo pueden hacer. Ya estamos llegando, preparen sus cámaras porque vamos a entrar. Hicimos un recorrido súper interesante pasando por dentro de todo el cañón en la camioneta del tour admirando las formaciones rocosas que nos dejaban ver millones de años de historia. 

También pasamos por tres pequeñas centrales hidroeléctricas construidas dentro del cañón para aprovechar un poco el agua pasando por el fondo. A ratos el espectáculo de espejos de agua reflejando las paredes del Canon antojaba para quedarse un rato sólo viendo y admirando. Al final del recorrido en el cañón después de que Alfred se comió un alfajor llegamos a una gran presa donde los mendocinos aprovechan fines de semana para escapar de la ciudad. Nosotros nos subimos a un catamarán a recorrer la presa, un paseo muy relajante.

El último día salimos a correr en la ciudad, hacía frío pero ya habíamos corrido a temperaturas similares en México en alguna carrera de invierno. Atravesamos el centro de la ciudad hasta llegar al increíble Parque San Martín perfecto para corredores y ciclistas, le dimos una vuelta y terminamos la ruta adivinen dónde, pues en una tienda de alfajores. Sobra mencionar quién planeó la ruta.

Lo mejor: ¡Híjole! El cruce de San Martín porque me gustó mucho estar en Los Andes justo donde San Martín cruzó con el ejército libertador, me asombró mucho ver lo que tuvo que cruzar. Mención honorífica los deliciosos vinos mendocinos, hacen honor a su fama.

Lo peor: Lo seco que es el aire en el ambiente, se te secan las vías respiratorias. Mendoza es en verdad un oasis entonces te da una falsa ilusión ver el verde de la ciudad cuando en verdad estás en semi desierto.

La anécdota más chistosa: Decidimos salir a correr un día al parque San Martín que es una joya arquitectónica en materia de parques, obviamente no podíamos dejarlo pasar, sin embargo hacía muchísimo frío y Lulú y yo nos fuimos en playera y shorts y la gente en la calle se nos quedaba viendo como si  anduviéramos encuerados.

La mayor inconformidad: En el tour al Cañón Atuel fueron 4 horas de ida y 4 horas de regreso más el tiempo del tour. Regresamos sin pompas.












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