Hoi An, Vietnam: El puerto detenido en el tiempo

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11 de marzo de 2023. Pasó por nosotros un chófer muy amable y muy barato que nos había estado llevando para arriba y para abajo en Da Nang. Esta vez nos llevó a mi mamá, a Alfredo y a mí a ver otras maravillas de Vietnam. Llegamos a las faldas de una pequeña montaña escarpada desde donde vimos la construcción de unas pagodas a lo alto. Hay elevador y escaleras ¿subimos las escaleras? No se ve que sea muy alto. Por supuesto que mi mamá aceptó la idea de ir por las escaleras, eso de usar elevadores estando en buenas condiciones es para flojos. 

Con paso constante llegamos hasta las primeras esculturas y templos entre la selva y sobre la montaña. A primera impresión parecía que era un complejo pequeño pero seguimos avanzando por senderos y escaleras hasta unas cavernas donde durante la guerra contra Estados Unidos se ocultaban los vietnamitas. Cuando acabó la guerra en esas cavernas tallaron budas y las convirtieron en templos.

Seguimos avanzando y descubriendo a nuestro paso nuevos templos dentro de cuevas que nos hacían sentir como exploradores encontrando por primera vez estos sitios escondidos y secretos.

Llegamos hasta la entrada de una de esas cavernas, la más impresionante de todo el complejo, una cueva enorme por donde un haz de luz entraba por un agujero en el techo e iluminaba toda la cueva que protegía un buda tallado en la piedra. Era un hermoso espectáculo que  sólo se puede ver alrededor de la una de la tarde ¡excelente planeación!

Salimos de ahí, bajamos las mismas escaleras que para subir. Llegando hasta abajo nos encontramos con unos chicos de veintitantos preguntándonos si eran muchos escalones para ver si compraban el ticket para subir por el elevador. Les dijimos que no era mucho, que subieran por las escaleras, pero con ganas de decirles ¡no sean flojos! Me impresiona cómo muchísima gente sólo por floja pierde la oportunidad de darle a su cuerpo una poca de actividad que es tan importante y tan necesaria todos los días.

Nos recogió el mismo chofer que en la mañana y seguimos camino a Hoi An. Llegamos al hotelito donde unos señores bien lindos nos recibieron con enormes sonrisas. Nos instalamos y salimos a comer viendo que habíamos llegado a un pueblito bien turístico y bien bonito de casitas amarillas de doble piso con teja.

Hoi An fue un puerto muy importante donde japoneses, chinos, árabes y demás comerciaban y convivían contribuyendo a la construcción de la identidad cultural hasta que decayó por guerras, la conveniencia del comercio por el puerto de Da Nang y que surgió una isla justo delante del puerto que impidió que los barcos mercantes entraran al puerto. Así Hoi An quedó casi abandonada durante 200 años hasta que un arquitecto y conservador polaco en los 90s dedicó mucho esfuerzo por dar a conocer el lugar y que se reavivara. Gracias a eso hoy es una ciudad repleta de turistas de todo el mundo.

Después nos pusimos a pasear por el centro entre tiendas de arte y artesanías, restaurantes y cafeterías. Yo tuve que regresar rápido al hotel para cambiarme de shorts a pantalones porque no hacía tanto calor como pensaba mientras mi mamá y Alfred se adelantaron y  convenientemente decidieron esperarme justo donde había una señora vendiendo crepas con mango. Nosotros no queríamos, pero se nos atravesó una crepa. Seguimos caminando hasta que llegamos a un puente y cruzamos el río hasta una isla con un resort de lujo y un parque cultural bien bonito llamado Hoi An Memories Land. 

Ahí vimos recreaciones lindísimas de pueblitos japoneses, chinos y vietnamitas. Vimos varios mini shows de pocos minutos con bailes y representaciones tradicionales típicas de cada país de una excelente calidad y nos estuvimos tomando fotos en cada sección del parque.

Al final del día vimos un último espectáculo increíblemente bien puesto y de una calidad impresionante en el que se narraba de principio a fin la historia de Hoi An con danzas, actuaciones, música y unas escenografías inolvidables. Estoy segura de que ese ha sido uno de los mejores espectáculos que he visto en mi vida.

Saliendo de ahí ya era un poco tarde, casi las 10 de la noche y no encontrábamos dónde cenar, ya nada más quedaban abiertos bares y cafeterías. En Vietnam siempre es mejor comer y cenar temprano porque después para encontrar algo abierto es un poco complicado. Finalmente después de andar buscando un poco nos recibieron en un restaurante que seguro siempre atiende a turistas despistados y pudimos cenar tranquilamente.

Al día siguiente fuimos a un paseo en unas lanchitas de bambú totalmente redondas muy chistosas. Alfred se fue en una y mi mamá y yo en otra. El paseo empezó muy tranquilo en un canal con muy pocos turistas pero al poco tiempo nos unimos con otro canal que traía toda una fiesta de lanchitas. La remadora de la lanchita de Alfred se volvió loca y empezó a darle vueltas y vueltas y vueltas sin parar. Estábamos muertos de la risa, nunca habíamos visto lanchitas cómo esas.

Avanzamos con el resto de las lanchitas, nos detuvimos a ver un señor haciendo un divertido show de malabarismo con su lanchita al ritmo del Gangnam Style a cambio de alguna propina. Además un poco más adelante había todo un karaoke en el agua, rarísimo, se ve que ahí la gente se va a la fiesta. Después de un rato encantados por el paseo regresamos a Hoi An.

De regreso comimos en un restaurante vietnamita bien rico y brindamos por los paseos tan increíbles que habíamos hecho con mi mamá. La verdad que no imaginaba que Vietnam fuera así, es hermoso.

Después hicimos un pequeño tour guiado caminando por las calles de las lindísimas calles de Hoi An. La guía nos llevó a un puente  techado emblemático construido en madera hace 400 años que unía el barrio japonés y el barrio chino junto con su templo en honor al dios que controla el clima para asegurar buen viaje a los navegantes.

Entramos a dos casas típicas antiguas que llevaban perteneciendo a la misma familia desde hace 9 generaciones y que ahora son museos y tiendas de unas artesanías bellísimas. ¡Nos queríamos llevar todo! Nos contaron que esas casas en cada temporada de lluvias se inundan uno o dos días pero los muebles que no alcanzan a subir al piso de arriba los dejan ahí y la madera es tan resistente que sí aguanta sin problema. Impresionante.

Después la guía nos llevó justo a tiempo a un show cultural que estaba lleno de extranjeros. Fueron 20 minutos de entretenidas danzas, música y juegos típicos de Hoi An representando mitología y vida de los comerciantes. Hubo un juego con números de la suerte y cuando dieron el ejemplo para jugarlo sacaron el número de Alfred ¡Ay no! ¡Qué injusto, me saqué el ejemplo! Yo quería mi regalito.

Nos pusimos a pasear otro rato en el pintoresco Hoi An donde no se nos acababan las ganas de pasar una y otra vez por las mismas lindísimas calles que eran de postal. Y por último fuimos a otro show, sí, otro show más para que mi mamá se acabara de enamorar de Vietnam y todo lo que tiene que ofrecer para el turismo.

Esta vez fuimos al Bamboo Circus, un espectáculo de música en vivo y acrobacias fantásticas indudablemente de la calidad de Cirque du Soleil que nos dejaron maravillados empezando por la arquitectura del teatro que parecía todo hecho de bambú. ¡Qué bárbaros! Todo lo que estos acróbatas pueden hacer con bambú y sus cuerpos. Ese show sí estuvo un poco más caro que todo lo demás en Vietnam pero sin duda valió la pena darse ese pequeño lujo y más tomando en cuenta que en todo el resto de las cosas uno gasta bien poquito.

Al día siguiente, el último día de mi mamá en Vietnam, tomamos un taxi a Da Nang, un vuelo  a Hanoi y ahí pasamos las últimas horas platicando y comiendo la deliciosa comida de esa parte del mundo hasta que muy emocionados nos despedimos de ella deseándole un excelente vuelo de regreso ¡Ya nos veremos en México en unos meses!


La opinión de mi mamá sobre Hoi An:

Lo mejor: ¡Ay! Es que hubo tanto... Los dos shows, la lanchita redonda, en la noche las lámparas en las lanchas. Y si me pongo a pensar también me encantó la historia de los chinos y japoneses y las casitas. Hasta las crepas mantequilludas estaban ricas. La comida, la gente tan amable.

Lo peor: ¿!De Hoi An!? Atravesar las calles con las motos o los pitazos. Uno se acostumbra pero no está padre.

Lo más chistoso: Cómo daban vueltas los barquitos redondos y la música a todo volumen en los canales.





















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