Sapa, Vietnam: caminatas entre arrozales y pueblos indígenas

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14 de marzo de 2023. A las 10 de la noche Alfred y yo nos despedimos de mi mamá en el aeropuerto de Hanoi. ¡Buen viaje de regreso! ¡En un par de meses nos vemos en México! Y así volvimos a ser sólo dos personas en esta aventura alrededor del mundo. Con cierta sensación de nostalgia nos fuimos al hotel a descansar para nuestro viaje a Sapa.

Al día siguiente pasó el autobús por nosotros, un autobús cama muy curioso con una configuración muy rara. Al subir al autobús nos pidieron que nos quitáramos los zapatos para meterlos en una bolsita y no estar ensuciando todo. Es común que al entrar a casas o negocios nos pidan quitarnos los zapatos pero en un autobús era la primera vez y la verdad que nos gustó la idea. En este viaje hemos aprendido a apreciar la utilidad de quitarnos los zapatos en muchos lugares para mantener los espacios más limpios. Hicimos malabares para subir a nuestras literas, nos acomodamos y nos dormimos un rato.

Cinco horas después estábamos llegando a Sapa, al norte de Vietnam casi frontera con China. En este viaje esto es lo más cercano que llegaremos a China, ojalá que en algún otro momento podamos visitarlo ya sin restricciones Covid. El clima en Sapa era muy diferente a las otras ciudades que habíamos visitado, ahí hasta frío hacía por ser una zona montañosa. Bajando del autobús buscamos un lugarcito donde comer un deliciosísimo llamado Hotpot que es una sopa que tú mismo preparas en tu mesa.

Terminamos de comer, caminamos un poco por el centro de Sapa que estaba lleno de hotelitos, restaurantes y bares haciendo evidente la gran cantidad de turismo que visita esa ciudad. Tomamos un taxi a nuestro alojamiento. ¡Oh! ¡Qué lindo! ¡Estamos entre arrozales! Luego luego me emocioné porque estábamos llegando al campo, a los alrededores no había más que típicos campos de arroz en forma de terrazas y algunas pequeñas construcciones de los pobladores indígenas que viven del campo y del turismo. Nosotros nos hospedamos en un mini hotel de cabañitas con una vista hermosa a los arrozales. Ese día dormimos como piedra con el silencio de la naturaleza sólo interrumpido de pronto por alguna criaturita paseando por el techo de la cabaña, un gato tal vez. No lo averiguamos.

Al día siguiente desayunamos y nos fuimos con una chica de la comunidad indígena Hmong a hacer una caminata por los arrozales. Un par de señoras también de la comunidad se nos unieron al recorrido, supusimos que eran parte del tour y que traían nuestra comida o algo así.

Mientras recorríamos las montañas entre paisajes campestres, la chica de la que penosamente ya no recuerdo su nombre nos contó de ella y de la vida en su comunidad. Ella de 26 años tenía ya 10 años de casada y era mamá de dos niños que estudiaban primaria y kínder, nos platicó que era muy común que en las familias hubiera muchos hijos porque todas las parejas debían de tener al menos un niño ya que sólo el hombre es el que hereda y es a su vez el que se encarga de cuidar a sus papás en su vejez. A las mujeres siempre buscan con quién casarlas para que se muden a la casa de sus suegros y que tengan cómo subsistir. Me contaba: Yo quería tener una niña pero lo pensé bien y mejor decidí no tener más hijos, la vida de las mujeres es muy difícil. Nos dijo también que  algunas cosas han mejorado porque las niñas ya van a la escuela y los papás ya no escogen con quién se van a casar sus hijos. Eso al menos ya es un avance en los derechos de las niñas. Me da gusto saber que en todo el mundo, hasta en los lugares más recónditos, hay ciertos avances en estos temas y que aunque parezcan pequeños poco a poco van logrando cambios en comunidades enteras.

Ella nos iba contando todo eso mientras que fácilmente caminaba y escalaba por terrenos lodosos y resbaladizos para nosotros, pero ella y las otras dos señoras de casi 70 años acostumbradas a esas caminatas subían como si nada. De vez en cuando nos parábamos para admirar el paisaje y tomar alguna inevitable foto de esos terrenos encharcados ideales para el cultivo del arroz. A nosotros en esta época del año nos tocaron en preparación, cuando los campesinos están limpiando de otras hierbas las terrazas para dejar sólo tinas enormes de agua y dentro de unas semanas empezar a tirar las semillas de arroz, el cereal en el mundo que más gente alimenta.

Aquí ya nos vamos a nuestra casa, está cerca ¿Nos compran algo? Resultó que las dos señoras que iban acompañándonos todo el camino no eran parte del tour ni llevaban nuestra comida y en realidad sólo estaban buscando vendernos algo lo cual fue muy efectivo porque la verdad sí nos sentimos obligados a comprarles alguna artesanía, y sabiendo además su contexto nos gustó apoyarlas de alguna manera, si no para qué íbamos a esos lugares recónditos si no dejábamos nuestro dinero en manos de la comunidad que nos estaba recibiendo.

Después de subir hasta la cima de esos bellísimos cerros empezó la parte más complicada: la bajada en el terreno lodoso y rocoso. Y no, no queríamos rodar como calabazas, algo potencialmente mortal, o tal vez sólo penoso pero definitivamente algo que queríamos evitar a toda costa. Nuestra guía como cabra iba bien confiada pisando perfectamente. Yo medio la seguía a un ritmo decente mientras que Alfred iba sufriendo porque su peso y su tamaño mucho mayor que el nuestro hacía que cada paso fuera un poco más complicado, o ese era su pretexto, y para él lo resbaloso era más resbaloso y lo torpe era más torpe. Nuestra guía sólo se reía viendo a este par de citadinos batallando tanto en algo que para ella era tan sencillo. Al final lo logramos sin nada que reportar, completos, en una sola pieza y hasta salimos ganones con el mucho lodo que acumulamos en las botas.

En todo el camino nos estuvimos encontrando con búfalos de agua que sirven como animales de carga y de trabajo en los arrozales pero sólo en una temporada, el resto del año andan sueltos por todos lados. Pasamos cerca de uno pequeño con su mamá que nos olió con curiosidad, tal vez olíamos diferente. Estos huelen a tortilla.

Estuvo perfecto que hiciéramos ese día la caminata porque por la noche cayó un tormentón que seguro había dejado el camino ya imposible para pasar, al menos para nosotros. A mí me encanta escuchar el sonido de la lluvia y los truenos cuando llueve por las noches, no sé por qué, hay algo atractivo en eso.

Al día siguiente decidimos ir al centro de Sapa para tomar un funicular y que nos llevara montaña arriba. Teníamos la opción de ir a un templo construido en otra montaña todavía más alta pero había mucha neblina allá arriba y estaba demasiado caro subir en el teleférico. La estación del funicular estaba dentro de un edificio muy bonito, nos subimos y llegamos a la cima de la montaña llegando a otra linda construcción. Inmediatamente vimos que todo el sitio estaba hecho evidentemente para los asiáticos amantes de las fotos más cursis del mundo. ¡Esto está increíble! ¡Qué cursi! ¡Me encanta Asia!

Por supuesto que aprovechamos para tomarnos fotos con los escenarios diseñados precisamente para eso. Luego subimos a otro nivel del complejo donde nos encontramos con un montón de puestos de mercado y un templo budista. A estas alturas de nuestro viaje en Vietnam habíamos aprendido que no puede haber montaña con presencia humana sin algún templo, es una regla y siempre lo agradecemos porque todos son bonitos y están abiertos a visitas de turistas curiosos.

Ese día había muchísimo viento y por lo tanto movimiento de nubes. Desde un mirador en las alturas nos pusimos a ver un espectáculo en donde las nubes parecían olas de mar estrellándose contra las montañas. Era hermoso, no habíamos visto algo así, daban muchas ganas de tener una cámara de video profesional para poder capturar tal belleza.

El último día el pronóstico del tiempo decía que iba a llover todo el día y hasta tormenta eléctrica iba a ver y que básicamente iba a se imposible salir a caminar siquiera así que no hicimos planes. ¡Buenos días! ¡Hoy es el día más soleado de todos! Así fue, nada de lluvia, nada de tormenta eléctrica, nada de nubes. El peor pronóstico del tiempo de la historia. Bueno, pues ya habíamos decidido no hacer nada ese día así que nos la llevamos tranquila. Salimos a comer y a caminar por los pueblitos indígenas recorriendo calles entre casitas, mini hoteles, pequeños restaurantes y tienditas de artesanías disfrutando de los bonitos paisajes campestres y de la amable gente que nos saludaba con la intención de atraer nuestra atención y que les compráramos algo.

La opinión de Alfred sobre Sapa:

Lo mejor: Yo creo que lo mejor fue el trail por los campos de arroz con todo y que me andaba matando.

Lo peor: El pronóstico del tiempo siempre estaba mal y a cada rato cambiaba. De pronto estaba el sol, de pronto llovía, de pronto hacía mucho viento. Sapa tiene un micro clima muy caprichoso.

Lo más chistoso: Un búfalo de agua de los que estaban por todos lados llegó al hotel a comerse todas las plantas ornamentales. 
















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